Autor: marfossatti

  • La dispersión como método

    La dispersión como método

    Collage con foto de Rosario Bléfari sobre costa del mar. Frase: Viento helado voy al viento.
    Rosario Bléfari. Collage de Madame Butterfly

    Después de leer esta idea de Rosario Bléfari en su «Diario de la dispersión» me quedé pensando en mis propios métodos.

    …un posible método propio de quehacer artístico, una forma de hacer las cosas que me interesan que consiste en abordarlas todas al mismo tiempo, empezando y abandonando, continuando, atendiendo, cruzando, avanzando y descartando, y también haciendo caso omiso de las fronteras que separan aquellos asuntos que tienen puerto asegurado (…) de los otros actos que son hijos de la dispersión liberada y que ya no se sabe si son artesanía, manualidad, decoración, entrenamiento, ejercicio, boceto, prueba o error.

    Esta frase me resonó mucho porque desde hace tiempo vengo pensando en el tema de la productividad y esta idea de Bléfari me pareció muy cuestionadora de ciertos mandatos de productividad capitalista.

    Estoy pasando por una época de mucho trabajo. Las jornadas son largas y cansadoras, pero siempre quedan tareas pendientes relegadas, a las que se suma un sinfín de nuevas ideas. Tengo que gestionar una multiplicidad de temas abiertos y proyectos en curso. A pesar de esta multiplicidad, hay una fantasía de dedicación total, de concentración plena y eficaz. Si estuviera 100% del tiempo dedicada a algo, profundizando, ¿no sería eso el ideal de una vida creativa?

    Para lidiar con la multitarea y al mismo tiempo enfocarme, me vino una afición por estudiar métodos de productividad, algunos de los cuales probé y sigo probando y adaptando a mi forma de trabajar. Forma de trabajar que es irremediablemente dispersa. Pero a partir de esta ideas de Rosario Bléfari empecé a pensar en la dispersión no como un defecto, sino como un método, tal como ella propuso.

    La dispersión, el método de Bléfari, implica tener muchos procesos abiertos y una vez abiertos, soltarlos para que se dispersen, se desacomoden y se reacomoden orgánicamente. Esto me pasa mucho con los collages y puede que sea algo común entre collagistas (como lo era también Rosario). Eso me lo revelaron estos fragmentos de otra de las entregas del diario de la dispersión:

    Pude estar un rato largo después con los collages que había dejado empezados hace un mes, un mes sin tocarlos, un mes que estuvieron apilados en la habitación fría. No tenía ganas de hacer nada con ellos, no por algo en especial, sino porque no encontraba su momento y al estar apilados no los veía…

    Los collages todos desplegados sobre la cama de la habitación recuperada. La estufa encendida. Estudio, escribo, escribo y estudio. Quiero a la vez tocar la guitarra y ver una película, y escribir algo más en el papiro de los cuentos, tengo muchas ideas, el estudio me da muchas ideas, quiero probar cosas, pero no me alcanza el tiempo, quiero hacer todo a la vez y no se puede, se me acelera el corazón. Descansar me duele. Si me quedo mucho tiempo quieta en la cama leyendo o en el sillón al ver una película mi cuerpo se resiente. No elijo no descansar, no puedo hacerlo.

    Creo que el collage tiene mucho para enseñar sobre la dispersión como método. En el collage hay que saber que varias cosas van a quedar perdidas e inconclusas en la dispersión. La exigencia de productividad creativa, y al mismo tiempo el hecho de no poder concretar proyectos, me cansa y a veces hasta me angustia. Pero el método de la dispersión no es únicamente una forma de lidiar con la culpa por la inconstancia, la inconsistencia o la escasa productividad de determinado día o período. Se trata de aceptar que no todo tiene un «puerto asegurado» y que eso está bien. Rosario apuntaba a «abrazar la dispersión» pero no pasivamente, sino atenta a los fragmentos que emergen y que se pueden «reservar y apartar» (operación básica en el collage):

    …formas detectables, núcleos que prometen arborizarse, estirarse, desviarse, asociarse, incluso en algunos casos desintegrarse generando nuevos fragmentos. Mucho quedará quién sabe dónde o cómo, mucho se perderá, no es posible de todo hacer algo, es ahí donde me mantengo atenta porque el abismo existe también, y reservar y apartar me permite sostener lo que se distingue con mayor nitidez sin perderlo de vista.

    La dispersión es una metodología que me resulta familiar aplicada al collage, pero en los últimos tiempos pienso que la puedo llevar también al trabajo y al ocio. Es transitar por esa ciclotimia cotidiana, como lo hacía Rosario, y no sentir tanta culpa.

    Collage de Rosario Bléfari en Ramona.

    Cuando hago todo al mismo tiempo y me dejo llevar ¿aparecen voces que juzgan, sugieren o critican? Sí, pero soy yo y hablo con ellas, les respondo con un movimiento de mis fichas, o las dejo conversarme sin tomarlas del todo en cuenta. Compañía en todo caso, no molestan…

    No se trata de hacer una “obra”, me considero aficionada siempre, o mejor dicho ni pienso en eso porque esto no tiene nada que ver. En esta instancia hay como una especie de feria construida por mí. Por las noches largas y durante el día si entro a descansar o a buscar algo en la habitación, es como una kermesse para mí sola, por la que voy pasando por los distintos puestos y puede que además de mirar, haga algo un rato en cada uno, alguna modificación, o un descarte (un puesto se cierra y lo reemplaza otro).

    Hacerme amiga de la dispersión, detenerme un rato en cada puesto de la kermesse, hacer «alguna modificación, o un descarte». Eso me está cambiando la rutina de los últimos días. Siento menos culpa por las tareas pendientes y los proyectos inconclusos y, paradójicamente, me siento más productiva. Nada más lejos de mi intención que dar recetas de productividad. Pero está emergiendo una suerte de metodología que me está funcionando por estos días y que quizás se vaya convirtiendo en mi propia dispersión metódica.

    Tengo muchas cosas para hacer y todas me están llamando, porque necesitan ser hechas. Está difícil priorizar racionalmente. Así que opto por buscar otras formas de priorizar. Ya que todo reclama ser hecho al mismo tiempo y eso no es posible, entonces decido hacer algo cuando tengo ganas de hacerlo y por lo tanto, decido no hacer lo que no tengo ganas en ese momento. En otro momento este orden podría ser distinto.

    Me permito darle inicio a nuevos proyectos sin la angustia de que a muchos no los voy a realizar. Que queden sin terminar, tal vez, pero que no queden en el tintero. Bocetos y pruebas aportan y acumulan. Nunca son descartables, antes bien, son reutilizables.

    Puedo no completar proyectos, pero sí completar tareas. Hacerlas de a una y parar. Hacer pausas. Bastantes pausas cortas y alguna pausa más larga. Pausa significa distender la atención, distraerme de lo que estaba haciendo aunque me tenga muy concentrada. Forzarme a cambiar la posición del cuerpo y el foco de la mente. No esperar a sentirme perdida e inútil para abandonar frustrada. Dejarlo un poquito antes, cuando todavía no perdí del todo las ganas, sabiendo que puedo volver. Volver a las cosas sin grandes expectativas de terminarlas, pero sí de dar un paso más.

    Collage de Rosario Bléfari en Ramona.

    También empecé a aceptar las interrupciones. Las interrupciones me estaban causando mucha frustración. Estoy intentando abrirles la puerta sin irritarme, hacerle lugar a lo que las interrupciones me proponen, pero al mismo tiempo ser consciente de que son demandas externas y que tengo que decidir si quiero y puedo tramitarlas ahora. Esto implica seguir aprendiendo a decir que no, y cuando no puedo, aprender a decir que ahora no pero que podré en determinado plazo.

    Casi todos los días intento empezar con una lista de tareas. Antes las escribía en un bloc de papel, ahora en una aplicación de la computadora, pero las dos cosas sirven. La aplicación no tiene que hacerme la vida más complicada, no quiero usarla para construir todo un sistema.

    De lo que tengo que ser más consciente es de la complejidad de las tareas, para simplificarlas. La de hoy tiene que ser una lista corta, simple y honesta. Intento no sentirme mal por posponer tareas, pero trato de hacerlo conscientemente.

    Simplemente limpiar mi lista del día, trasladar lo que hoy no se pudo hacer y ya veré mañana.

  • Abrazando la dispersión como método

    Abrazando la dispersión como método

    Mesa de collage en proceso.

    “…un posible método propio de quehacer artístico, una forma de hacer las cosas que me interesan que consiste en abordarlas todas al mismo tiempo, empezando y abandonando, continuando, atendiendo, cruzando, avanzando y descartando, y también haciendo caso omiso de las fronteras que separan aquellos asuntos que tienen puerto asegurado (…) de los otros actos que son hijos de la dispersión liberada y que ya no se sabe si son artesanía, manualidad, decoración, entrenamiento, ejercicio, boceto, prueba o error”. Rosario Bléfari

  • Lado B, una exposición online de collage

    Lado B, una exposición online de collage

    Desde que empecé con el collage, hace más de diez años, subo mis trabajos a Internet y siento que es un espacio expositivo tan válido como cualquier otro. En estos meses de principios de 2020, con el cierre de cualquier espacio donde la gente se pueda reunir en torno al arte, Internet se convirtió casi que en el único lugar para eso. Sin embargo, últimamente me he sentido muy acotada por los formatos predefinidos de las redes sociales, sus filtros visuales y sus tamaños de imagen por defecto. Si bien la gente es muy creativa usando y reinventando las interfaces digitales para sus propias ideas, es muy fuerte el mandato de adaptarse.

    No quiero hacer collage especialmente para las historias o el feed de Instagram. No quiero «curar» una timeline homogénea y agradable para atraer likes. No quiero crear para su algoritmo ni verme limitada a un menú de opciones y filtros que realzan la imagen y atrapan la mirada.

    A pesar de las plataformas y redes, los sitios web siguen siendo usados por artistas, galerías, museos y colectivos. Muchos se han creado y han desaparecido en los más de 25 años de existencia de la Web (y gracias a Internet Archive algunos se han preservado).

    Así las cosas, me empecé a preguntar cómo podía usar este sitio web para hacer una exposición online por mí misma, es decir, autogestionada. No es que no vaya a compartir mis trabajos en Instagram, pero me quise resistir un poco a la comodidad del feed y usar la herramienta con la que desde hace años manejo este blog: WordPress. Con la nueva edición de bloques descubrí que tenía muy interesantes opciones para crear un espacio expositivo.

    El resultado pueden verlo visitando la exposición, que se inaugura hoy, celebrando el Día Internacional del Collage. ¡Pasen!

  • ¿Creatividad o propiedad?

    ¿Creatividad o propiedad?

    * Charla brindada el 27 de septiembre de 2019 en CreativeMornings Montevideo.

    Cuando pensamos de dónde viene la creatividad, usamos esta palabra: «inspiración». Según la mitología griega, la inspiración viene de las musas, deidades que literalmente les dictaban los versos a los poetas. De esa imagen mítica todavía nos queda la idea de que la inspiración es un requisito indispensable para crear, y que la capacidad de creación es el privilegio de algunas personas a las que «les llega la inspiración», como si llegaran las musas a visitarles.

    Pero me gustaría empezar por la idea de que los poetas griegos, al invocar a las musas, les pedían ayuda para recordar, es decir, les pedían acceso a una memoria colectiva. Seguramente que en épocas de transmisión oral, a las musas se les atribuía ese papel clave de almacenar el repertorio de historias colectivas y reproducirlas por boca del poeta: «canta, oh Diosa», así empieza la Ilíada. Es decir, el poeta iba a reproducir, con palabras propias, algo que no le era propio, que no era de su propiedad, sino que venía del acervo colectivo, de la tradición, los mitos y las leyendas.

    Hoy, que ya tenemos medios tecnológicos de almacenamiento y reproducción para acceder a casi cualquier creación del intelecto, nos hemos olvidado bastante de que la inspiración tiene mucho que ver con el acceso a la memoria, a algo que nos antecede y que perdura a través de lo que creamos, pero que no nos pertenece del todo. Que toda creación tiene un componente propio, pero también uno adquirido, tomado de algún otro lado.

    Precisamente, la madre de las nueve musas griegas clásicas es Mnemósine, la personificación de la memoria. En la versión del mito original, las musas son las tres hermanas Meletea, Mnemea y Aedea, que trabajan en equipo. Según Wikipedia en español:

    Meletea (la meditación) es la musa del pensamiento, de las ideas que se forman en la mente y que después se van a ver representadas en la obra.

    Mnemea (la memoria) es la musa de la creación en sí, la encargada de darle forma concreta a las ideas abstractas que se plasman en lo que el poeta hace. Mnemea recuerda y fija los pensamientos propiciados por Meletea.

    Aedea (el canto) es la musa de la ejecución de la obra artística. Se encarga de leer, recitar, tocar (instrumentos) o cantar lo que anteriormente su hermana Mnemea ha escrito. Representa el momento en el que una obra de arte es utilizada.

    Es muy útil este mito para entender la complejidad de la creación intelectual, porque nos enseña que en toda obra hay tres momentos. Y esto me pareció interesantísimo, porque las leyes que hoy regulan los derechos que existen sobre las obras, tienen que ver con esos tres momentos marcados por las tres musas.

    Primero tenemos las ideas abstractas, el mundo de Meletea. ¿Ustedes creen que se puede «poseer» una idea? Si las ideas aparecen en la mente, ¿no son algo absolutamente personal? Bueno, la cuestión es que no podemos apropiarnos de una idea, así sin más, porque en realidad lo más probable es que ni siquiera seamos los primeros en haberla pensado. Las conceptos, los argumentos, las notas musicales, las palabras, los números, los hechos que sabemos: son todas nociones comunes de la mente humana que nadie se las puede apropiar. Por eso pertenecen a lo que se conoce como dominio público. El derecho de autor no alcanza a una idea en estado puro. En todo caso, si la idea pudiera llegar a aplicarse a una invención útil, y si es realmente original, pero original POSTA, podríamos aspirar a la protección de una patente, después de un proceso de examen de esa posible aplicación de la idea por parte de una oficina de patentes. Pero este es un régimen muy específico. Y además el fundamento de que se establecieran las patentes fue incentivar a que esas ideas innovadoras y potencialmente aplicables a algo útil, se compartieran, en lugar de ser secretas. Pero quédense con esta idea en términos generales: la propiedad exclusiva sobre una idea podría ser una cosa muy complicada de adjudicar con certeza y bastante desaconsejable. ¿Por qué? Porque realmente limitaría la capacidad misma de imaginar y concretar después eso que imaginamos. Si todo el tiempo tuviera miedo de que una idea que se me ocurre hoy a mí, ya se le ocurrió a alguien antes y por lo tanto le pertenece a otro y no la puedo decir sin su permiso, ni llevarla a una expresión tangible, me vería extremadamente limitada en mi libertad de expresión.

    Esto me lleva a nuestra segunda musa, Mnemea, la que plasma esas ideas abstractas en una forma concreta, una forma expresada en algún medio tangible, como un texto escrito, una foto, una grabación sonora, una pintura. Este es el mundo del proceso de creación. Pero como vimos antes, Mnemea es la memoria. Toma esas ideas abstractas -que aparecen en la mente de una persona, pero que como vimos, vienen del dominio público, del acervo común- y las «recuerda» o quizás podríamos decir que las «remixa», las ensambla en una disposición nueva, para llevarlas a un modo de expresión que tendrá una parte única y original. Yo diría que nunca totalmente nueva, pero sí lo suficiente como para reconocer ciertos rasgos que podemos llamar propios de un autor o autora. Ahí es donde entra la libertad creativa. Pero también es ahí donde, una vez que la obra la damos por terminada, aparece el derecho de autoría. Este sí es el mundo de la llamada «propiedad intelectual». Los griegos no tenían propiedad intelectual, este es un invento moderno, y tiene que ver con la aparición de medios masivos de difusión de las obras, como la imprenta. Al principio, esta propiedad intelectual era más bien un monopolio concedido al impresor para imprimir libros. Era un derecho «de imprenta», muy ligado a la censura y al control que las monarquías, en Europa y en sus dominios coloniales (incluyendo el territorio que hoy se conoce como Uruguay), ejercían sobre la difusión de las ideas. Con el paso del tiempo, la propiedad intelectual se convirtió en un control de las industrias culturales (sellos, estudios, medios de comunicación, editoriales, etc.) para la protección de sus inversiones. Piensen en las películas, donde al final dice que «se prohíbe la copia, distribución, proyección, etc, etc» sin la autorización de los propietarios del copyright, y que eso está penado por la ley.

    Todo lo anterior me lleva a la tercera musa, Aedea, que tiene que ver con todo lo que pasa después de la creación de la obra: cuando es cantada, tocada, ejecutada, representada… Y tomando en cuenta los medios masivos de difusión, el mundo de Aedea incluye la impresión, la digitalización, la transmisión, etc. Es en este nivel donde realmente actúan los derechos de propiedad intelectual, porque son los titulares de esos derechos quienes tienen, inicialmente, el derecho a prohibir o permitir estos usos de las obras. Cada uno de esos usos, en cada uno de los casos. Generalmente, los autores ceden estos derechos a sus editores o sellos, y por lo común quienes ejercen esos derechos son quienes tienen los medios para la difusión masiva. Pero con la llegada de nuevos medios domésticos, como la videograbadora, la fotocopiadora, la computadora, Internet… también el público, las personas usuarias de cultura, se convirtieron en un agente de difusión de la cultura. Es más, todos estos medios también les dieron una mayor independencia a los creadores para la difusión de sus obras. Y acceso a un montón de inspiración, acceso a una inmensidad de memoria colectiva acumulada para usar, recrear y compartir.

    Aquí es donde empiezan a surgir un montón de conflictos, porque la creatividad y la propiedad empiezan a chocar de una forma cada vez más evidente. Las leyes de propiedad intelectual, por un lado, se endurecen, abarcan más tipos de obras, más derechos exclusivos, por un plazo cada vez mayor. Pero al mismo tiempo, su vigencia en la vida real, en el mundo en donde las obras se usan, es prácticamente imposible. El solo hecho de navegar por una página web hace que se copien textos, imágenes, documentos, videos, aunque sea temporalmente, en nuestras computadoras o celulares. Y eso es una infracción a las leyes de propiedad intelectual. Textual. Lo dice nuestra propia ley de derechos de autor.

    Ante este problema, surge el movimiento de cultura libre, las prácticas del copyleft y las licencias Creative Commons, a principios de los 2000. La disyuntiva que vienen a solucionar es la siguiente: si yo, como autora, titular de derechos exclusivos, quiero simplemente compartir mi obra con el mundo entero, sin que me tengan que pedir permiso cada vez, ¿cómo puedo hacer esto posible? La respuesta es dar un permiso por anticipado, simple, que todo el mundo entienda y reconozca. Así surgieron estos íconos, que quizás los hayan visto al pie de algunas páginas web.

    Millones de obras bajo estas licencias son compartidas por sus autores y usadas libremente, principalmente a través de Internet. Creative Commons significa «comunes creativos», y su objetivo es «hackear» los principios de la propiedad intelectual no para proteger un patrimonio privado, sino para fomentar un banco común de creaciones compartidas, útiles y reutilizables por cualquiera. Es una forma de democratizar la información y el conocimiento.

    Pero tarde o temprano, el destino de toda obra autoral, tanto de las que tienen copyright como de las que tienen licencias Creative Commons, es llegar al dominio público. Es decir, al patrimonio común. El derecho de propiedad intelectual no es, ni mucho menos, infinito. Aunque sí es largo: caduca 50 años después de la muerte del autor en Uruguay. Es de por vida, y puede llegar a abarcar una y hasta dos generaciones de herederos. Hoy hay un proyecto de ley, al que nos oponemos, para extenderlo todavía más: a 70 años después de la muerte del autor. Pero siempre, tarde o temprano, quizás más tarde que temprano, las obras llegan al dominio público, un lugar donde las musas pueden ir a buscar material que alimente el pensamiento, la creatividad y el disfrute cultural.

    Quiero terminar con una cosa más, y es un comentario acerca del hecho de que las musas sean mujeres. Se las ve en las pinturas, generalmente con poca ropa o desnudas, al lado de un artista hombre. Un hombre trabajando en solitario, al que una musa inspiradora alienta suavemente sin pedir nada a cambio, ni siquiera atribución por su trabajo. Esta imagen encierra muchos mitos creados por la modernidad y que todavía dominan el mundo de la cultura: la figura del genio solitario, el rol de la mujer no como creadora, sino desde un lugar auxiliar, casi convertida en un objeto sexual que «inspira» al artista. La creatividad como propiedad también es una idea occidental que tiene que ver con este mito del genio varón inspirado. Es además una noción muy diferente a las prácticas de compartir cultura y conocimiento de los pueblos indígenas en los territorios que fueron colonizados por esa cultura europea. Por lo tanto, también hay un mito patriarcal y colonial en la propiedad intelectual que deberíamos deconstruir.

    Mujer de la antigua roma tomando una tabla de cera con la mano izquierda y un lápiz con la mano derecha, que apoya en su boca con un gesto pensativo.
    Mujer con tabla de cera y lápiz. También llamada «Safo». Museo Arqueológico de Nápoles. Fuente: Wikimedia Commons.

    Así que les dejo pensando con esta imagen, que no es una musa, aunque se podría parecer a Mnemea. Podría ser ella misma una poeta; a veces se dice que es un retrato de Safo, pero en realidad no se sabe bien quién es. Se sabe que vivió en Pompeya, donde se encontró el retrato pintado en un mural, y que al parecer tenía acceso a medios de escritura. Y acceso al conocimiento, a la posibilidad de educarse. Sin un acceso democrático a todas estas cosas, ¿qué musas nos pueden venir a visitar?

  • Cultura digital en clave de izquierda

    Cultura digital en clave de izquierda

    Foto: Arte y feminismo por Cortipedia. CC BY-SA.

    El Estado no hace cultura, el Estado crea las condiciones de acceso universal a los bienes simbólicos, las condiciones de creación y producción de bienes culturales, sean artefactos o mentefactos. Es porque el acceso a la cultura es un derecho básico de la ciudadanía, como el derecho a la educación, la salud, el medio ambiente saludable.

    Gilberto Gil, en su discurso de asunción como Ministro de Cultura de Brasil, 2003.

    ¿Cuál es el modelo para una cultura digital pensada en clave de izquierda? No es la cultura emprendedora a lo Silicon Valley, donde la palabra «cultura» es un significante vacío, un eufemismo para hablar de ambiente de negocios.

    Una propuesta integral de cultura digital en clave de izquierda puede mirar hacia la región latinoamericana y encontrar ejemplos no tan lejanos de políticas públicas populares de los primeros años de la década de los 2000. Aquellas políticas impulsadas por Gilberto Gil y Juca Ferreira en Brasil, quienes se atrevieron a unir las tecnologías con lo comunitario, para pensar un nuevo paradigma de cultura digital y popular.

    En Uruguay, los ejemplos son los Centros MEC, las Usinas Culturales y los Puntos de Cultura. Esto, en el contexto de un país que apostó por la conectividad universal, liderada por la empresa pública de telecomunicaciones y por una política de tecnología educativa también universal, el Plan Ceibal. Además, el país está entre los nueve gobiernos más digitalizados del mundo. Miles de trámites se han acercado a la ciudadanía. En el sector cultural tenemos el ejemplo de culturaenlinea.uy que simplificó la postulación de proyectos a los distintos fondos concursables que se abrieron a lo largo de los gobiernos del Frente Amplio. Ahora los procedimientos son más accesibles y ágiles, pero no alcanza con digitalizar la gestión. Un segundo paso, más ambicioso, debería ser el acceso en línea de la producción final. A las funciones de música, danza y teatro gratuitas, a la distribución de ejemplares en bibliotecas, podemos y debemos sumar el acceso digital a los materiales generados por la producción cultural que se financió con fondos públicos.

    Esto haría más visible el enorme aporte social de los fondos concursables en cultura. Si estuvieran juntas y accesibles todas las obras financiadas con estos fondos, se reconocería más su valor social y estaríamos en mejor posición para pelear por más recursos destinados a la cultura mediante mecanismos abiertos y concursables. Por eso proponemos que el Estado disponibilice en un repositorio digital público lo que se ha pagado con fondos públicos: textos, realizaciones audiovisuales, discos, videojuegos, comics, investigaciones, etc. Todo un amplio abanico de producción cultural propuesta por la ciudadanía, evaluada por jurados, financiada por toda la sociedad y que debe retornar a la sociedad. Los fondos para la cultura no tienen solamente el fin de apoyar la producción, también el de apoyar el acceso y disfrute cultural de forma permanente.

    No es la tecnología lo central en esta estrategia, sino el nuevo paradigma de producción, circulación y consumo cultural. Un paradigma no lineal, sino circular, en el que las personas no solo se sientan en la comodidad de sus casas a acceder a contenidos de Internet. Un paradigma en el cual Internet es un espacio cultural más, en el que podemos actuar y participar. En los últimos años este paradigma ha perdido parte de su potencia debido a la concentración de los monopolios de Internet. Se nos está «netflixeando» la cultura, mientras asistimos con desencanto a la marginación de aquellos espacios digitales libres y autónomos para crear y compartir.

    Creo que debemos recuperar la disputa por el espacio cultural Internet, proponiendo políticas públicas que no sean solamente de conectividad y consumo. Son igualmente fundamentales las políticas de alfabetización digital crítica (que es más que saber usar la tecnología) y de creación y circulación social de contenidos. Centros MEC, Puntos de Cultura, Usinas Culturales, Esquinas de la Cultura en Montevideo, son políticas que han fomentado espacios y herramientas a la producción cultural popular. Una política amplia e inclusiva de Cultura Digital podría fortalecer estos procesos, luchando contra el paradigma de la Internet del consumo pasivo y el desencanto.

    Para eso, desde el Ir estamos proponiendo un vínculo entre cultura digital y nuestro buque insignia para la Cultura, que es la cultura comunitaria. Nuestros énfasis programáticos 2020-2025 incluyen, en este sentido:

    • Programa integral para la digitalización y difusión del patrimonio cultural y artístico uruguayo, en articulación con bibliotecas, filmotecas, archivos y museos.
    • Fomentar la recuperación y reedición de obras fuera de circulación, a través de un sistema de distribución física y digital.
    • Creación de un Portal Cultural del Uruguay, que haga disponibles para toda la ciudadanía, a través de Internet, las obras que financia el Estado con fondos públicos. En los casos puntuales de producciones que hayan recibido financiamiento parcial y que requieran un margen de tiempo para la distribución comercial, se puede establecer un período de exclusividad tras el cual estarán disponibles en el Portal para toda la ciudadanía.
    • Creación de una red de laboratorios ciudadanos para promover proyectos de cultura digital, que funcionarán en sitios culturales del territorio, apoyando a proyectos de cultura digital comunitaria: radios comunitarias online, proyectos de mediactivismo, bibliotecas digitales, etc.
    • Estudiar y promover excepciones y limitaciones al derecho de autor para el acceso a la cultura en la era digital. Esto incluye especialmente salvaguardas para bibliotecas, archivos, museos e instituciones educativas que brindan acceso a materiales digitales.
    • Creación de un departamento de tecnologías y accesibilidad que estudie e implemente medidas para el acceso y producción cultural de personas con discapacidad, en conjunto con los colectivos involucrados.

    ¿Podemos retomar y profundizar las políticas de cultura digital impulsadas por Gilberto Gil, que fueron un faro continental? 15 años después, aquellas políticas en Brasil, su país de origen, están siendo borradas por la derecha. En toda la región, las corporaciones de Internet -Google, Facebook, Microsoft- están tocando a las puertas de los gobiernos para hacerse cargo de la «transformación digital» en distintos sectores. Vivimos un contexto de desencanto de la tecnología y de la potencialidad de Internet como promesa de democratización de medios. Sin embargo, un país gobernado por la izquierda y con unas telecomunicaciones estatales, como Uruguay, puede disputar este escenario. Podemos discutir este destino y plantear una modelo de desarrollo cultural comunitario con un uso crítico de las tecnologías, con software libre, con construcción de capacidades para la apropiación del espacio digital desde los territorios, rompiendo no sólo barreras de acceso, sino también monopolios y monocultivos tecnológicos y mediáticos.

    Estos son grandes preguntas y desafíos que desde el Ir nos planteamos. Les invito a leer esta y otras propuestas de nuestros énfasis programáticos, y a seguirnos y votarnos desde la coalición El Abrazo, Frente Amplio, en estas elecciones de octubre de 2019 en Uruguay.

  • Violencias machistas, responsabilidad ética y afectiva en los colectivos militantes

    Violencias machistas, responsabilidad ética y afectiva en los colectivos militantes

    Fuente de la imagen: Banco de imágenes de Fundación Karisma. CC BY-SA.

    En los movimientos sociales y los colectivos militantes cuesta pasar de la idea «políticamente correcta» de que hay que desterrar las prácticas machistas, a asumir realmente nuevas formas de relacionarnos. Formas más igualitarias, que cuestionen prácticas profundamente arraigadas durante años.

    Admitir que esas prácticas todavía existen se hace muy difícil, porque lo políticamente correcto sería que no estuvieran, ya que somos movimientos de justicia social y estamos supuestamente contra la opresión. Los líderes de movimientos sociales y partidos de izquierda no pueden negar frontalmente la necesidad de alcanzar la igualdad de género, pero siguen perpetuando y permitiendo prácticas machistas violentas, aunque no de forma admitida. A pesar de que nos declaremos antirracistas y antipatriarcales, las prácticas de discriminación y violencia perviven de forma oculta, no por un código explícito, sino por acuerdos tácitos. ¿Qué organización podría lanzar la primera piedra y decir que es un espacio seguro, inmune al machismo y a toda forma de violencia? Es que los abusos y violencias realmente existen en todas las comunidades y colectivos, y ni de lejos quedan exceptuados los grupos orientados a la justicia social y la igualdad.

    En estos últimos años de una nueva marea feminista, frente a las malas conductas, violencias y abusos, han aparecido las denuncias públicas y los «escraches». Cuando surge uno de estos escraches, lo más probable es que antes se le haya negado la escucha, el apoyo y la aspiración de justicia a las personas abusadas. Cuando los abusos se conocen, se destapa no solo la práctica, sino la hipocresía de haberla mantenido oculta, no reconocida, pero vigente. Suelen existir tantos mecanismos para silenciar la disconformidad y la denuncia, que sacarlas a la luz a menudo va acompañado de una situación escandalosa que rápidamente entra en conocimiento de muchas personas y se hace pública.

    La presión social ante estas situaciones de escándalo muchas veces termina promoviendo una reacción punitiva: el castigo. Cuando el castigo es la única y tardía herramienta, en un contexto social cada vez más punitivista, se convierte en un recurso extremo. Cuando se aplica, el castigo es durísimo: implica apartar al compañero, cancelarlo. A veces ponerlo en manos de una justicia patriarcal que generalmente no cuenta con mecanismos restaurativos ni propuestas para la rehabilitación. El punitivismo nos hace dejar de ver al perpetrador de violencia como a una persona. Pasa a ser una suerte de monstruo incomprensible y hasta cierto punto, un caso excepcional, fuera de la norma, de la normalidad.

    Pero no debemos olvidar que nuestra «normalidad» es patriarcal y que esa normalidad normaliza prácticas violentas, desde las más explícitas, pasando por todo un rango menos evidente y de distintos niveles de intensidad. Entonces, cuando el castigo es la única respuesta, solo un conjunto muy delimitado y claro de hechos se pone a consideración como violencia punible. ¿Fue técnicamente una violación, o no? ¿Hubo golpes, lesiones físicas? ¿Era realmente menor de edad? Quedan afuera las violencias más cotidianas, los micromachismos, todo aquello que no son golpes pero que también duele, daña y perpetúa la desigualdad de género, la discriminación y la marginación. Estas violencias quedan en una arena que no se puede juzgar, a veces ni siquiera abordar, de manera colectiva.

    Creo que, para entender y enfrentar estas violencias en los colectivos, debemos evitar el marco punitivista que implica que prácticamente la única opción para que las personas reporten las violencias sea la denuncia formal, incluso en el ámbito penal. Todo lo que no entra en ese marco, lo dejamos afuera, no lo consideramos como un problema colectivo, sino interpersonal, que tendrán que resolver privadamente las partes involucradas, como si el colectivo no tuviera nada que ver con las condiciones en que emerge esa violencia. Es parte de lo privado, se maneja a nivel «personal» dando lugar a que fácilmente se pueda culpabilizar a quienes la sufren porque «no se saben defender», «no saben poner límites» o no son lo suficientemente fuertes o luchadoras. Este es el marco ideal para que abusadores desplieguen estrategias como el gaslighting que perpetúan la situación sin que nada cambie.

    Si en nuestros colectivos no se va a hablar ni a tratar la violencia más que en sus manifestaciones más evidentes, y solamente con respuestas punitivas, no dejamos lugar para la responsabilidad ética y afectiva. ¿Pueden nuestras comunidades y colectivos de algún modo abrir otro tipo de procesos para tratar con la violencia machista interna? Si logramos involucrarnos y hacernos responsables por las violencias que ocurren en nuestro seno, en lugar de dejar toda la responsabilidad en las instituciones punitivas, las leyes y los reglamentos, quizás podemos encontrar formas más satisfactorias de resolver los conflictos, tanto para las víctimas de las malas conductas, como para los perpetradores, como para la comunidad en su conjunto. Ojo, quizás en este camino, vamos a tener que bajar de su pedestal a algunos «héroes» de la justicia social, para exigirles que admitan y se hagan responsables por su violencia. Pero de nada sirve exiliarlos de a uno, como mártires, para que algo cambie sin que al final nada cambie.

    La crítica feminista es la única herramienta de análisis y praxis política para transformar esta realidad en nuestros colectivos. Debe ser incorporada en nuestra formación política, en lugar de ser estigmatizada como una forma de persecución o una búsqueda de revancha. Lo primero que tenemos que hacer es trabajar en un análisis feminista crítico de todo el espectro de conductas tóxicas y violentas. Denunciar que un compañero tiene conductas machistas no implica necesariamente llevar adelante un escrache. Implica exigir un análisis grupal sobre esas conductas, ponerlas en cuestión, desplegar estrategias comunitarias para desalentarlas. Y sobre todo, implica pedirles, a esos compañeros cuestionados, una respuesta de responsabilización, en lugar de ser reactivos a nuestras demandas de profunda autocrítica y cese de sus conductas violentas.

    Los colectivos y comunidades que carecen de protocolos para definir qué conductas y prácticas políticas queremos, cuáles explícitamente no queremos, y cuál es el ambiente en el que aspiramos que se desarrolle nuestra militancia y convivencia, no pueden abordar adecuadamente estas situaciones. Sin protocolos y procesos colectivos, lo que queda es el miedo y el silenciamiento cómplice o, en el otro extremo, la búsqueda de culpables y castigos, sin encontrar caminos intermedios para sanar colectivamente y evitar la repetición de la violencia.


    Este post surge de algunas experiencias personales y colectivas, así como de reflexiones sobre casos públicos recientes. Pero sobre todo, me han resultado muy iluminadoras algunas lecturas que quiero compartir:

  • Collageando sin fronteras

    Collageando sin fronteras

    Una página del Cuaderno Viajero.

    Todos los años hacemos algo. Un proyecto colectivo aunque sea. Puede ser una exposición, participar en una convocatoria, hacer obras colaborativas; cualquier excusa es buena para Collagistas Sin Fronteras. A veces las iniciativas empiezan como proyectos personales y después se transforman en invitación para el resto. Es así que desde hace un par de temporadas venimos compartiendo el Cuaderno Viajero (CV). Cuaderno iniciado por Yamandú Cuevas en el 2017, en el cual trabajé en el primer semestre de este 2019.

    El CV es un collage colaborativo potencialmente infinito. Cuando llegó a casa a principios del año el cuaderno de espiral que había viajado por Uruguay, Brasil, Chile y Canadá, me encontré con una cantidad de camino andado, en kilómetros y en papel pegado. Pero también con un montón de espacio para seguir interviniendo y modificando. No porque hubiera muchas páginas en blanco, sino porque los espacios ocupados por los otros eran invitaciones a seguir. Y también invitaciones a dejar el trabajo inacabado, es decir, a no pretender llegar en cada página a una obra finalizada. No se sabe nunca, así, cuando se termina el Cuaderno Viajero.

    Acá se ven algunas páginas, tal como se las dejé a Yamandú en su taller.

    El proyecto completo comprende ocho cuadernos. Cada uno de estos ocho cuadernos, encuadernado e iniciado por Yamandú, es entregado a alguien que se encarga de su continuidad. Esta persona va a enviarlo a (y recibirlo de vuelta de) ocho artistas más. Ya tengo en mis manos el que me corresponde, que es el Nº3.

    El collage individual yel collage colaborativo son experiencias distintas pero que en realidad no tiene fronteras demasiado definidas. Hay algo en el placer del robo y la apropiación de las imágenes sueltas, flotantes, que genera un tipo de autoría mucho más abierta y fluída, donde lo personal y lo colectivo se funden. Quizás es mejor escucharlo tal como lo contamos en este video:

    Por cierto, el video es otro proyecto CSF, esta vez por invitación de Mauricio Planel y Marcia Albuquerque, y estuvo expuesto en la sección de videos de la Ocupaçâo #5 de la Red Bull Station de São Paulo por la Sociedade Brasileira de Colagem entre mayo y junio de 2019.

    Nuestro proyecto de 2018 fue una serie de tres collages colaborativos que expusimos en Wikimania 2018 Cape Town, y que se llamó «Petit Laorusse, o los ciegos y el brontosaurio», y lo pueden ver acá.

  • Entrevista sobre voto electrónico

    Entrevista sobre voto electrónico

    Fotograma inicial del documental «Caja negra: el mito del voto electrónico».

    Fui invitada por Gabriel Budiño a su columna radial Economía Digital de La Catorce 10 para conversar sobre voto electrónico en Uruguay. Como es común después de un domingo de elecciones (en este caso, las elecciones internas de 2019), no faltan voces reclamando la implementación del voto electrónico como la supuesta «solución» a muchos supuestos «problemas», como la velocidad del recuento de votos. Y aunque en la noche del domingo ya se sabía con claridad quiénes serían los candidatos de las elecciones generales de octubre, parece que la rapidez y confiabilidad de las elecciones en Uruguay no son suficientes. Aunque no hay en este momento ninguna propuesta concreta y seria de implementación, les dejo con la entrevista, y un montón de buenos argumentos en contra del voto electrónico y de su uso en Uruguay.

    Para informarse más sobre voto electrónico y sus contreoversias, recomiendo:

  • Entrevista: ¿por qué aumentar el plazo de derechos de autor no es una buena idea?

    Entrevista: ¿por qué aumentar el plazo de derechos de autor no es una buena idea?

    El 6 de marzo estuvimos junto con Patricia Díaz en el programa En Perspectiva de Radiomundo para expresar la posición de Creative Commons Uruguay sobre el aumento de la vigencia de los derechos de autor en Uruguay. En la entrevista, explicamos el alcance de las propuestas legislativas de extensión de plazos que se están manejando, y por qué consideramos que no son beneficiosas para los autores e intérpretes, y además son perjudiciales para el acceso a la cultura de la ciudadanía en general.

  • Somos potencia colectiva, no famosxs

    Somos potencia colectiva, no famosxs


    Dame un nombre, un número. Decime cuántos artistas famosos usan licencias Creative Commons. Así terminaba más o menos el debate que tuvimos en redes con Carlos Tapia, periodista de El País de Uruguay, a raíz de la nota «Quién se come las manzanas de Rada».

    Acá el debate se corta, porque hay cosas que Carlos no entiende. O quizás no pueden entenderse desde el paradigma desde el cual se ubica para concebir la cultura. Él entiende la cultura desde la mirada de la industria cultural: las canciones son como las manzanas, se consumen individualmente y no se pueden compartir.

    Nosotres, desde hace mucho tiempo, la entendemos como la fuerza de una potencia colectiva, algo que la industria cultural falla en captar.

    Antes que nada, lo más importante de todo esto es que Sudei, Agadu y la Cámara del Disco quieren aumentar otra vez el plazo que tardan las obras en llegar a dominio público. Esto pone en peligro de privatización el patrimonio cultural y levanta nuevas barreras para su acceso. Pueden leer por qué nos oponemos en esta entrada.

    Ahora sí, les cuento. Hace unos días Tapia me entrevistó para el suplemento Qué pasa del diario El País. Su intención era tener la opinión de «la otra campana» en el debate sobre la propiedad intelectual en Uruguay (se supone que hay una principal y legítima; la nuestra es la «otra»). Primero se puso en contacto con Creative Commons Uruguay y colectivamente resolvimos que yo respondiera sus preguntas. De mis respuestas salió poco y nada en la nota. En la narrativa de Tapia mi discurso fue cuidadosamente seleccionado para dar lugar a las refutaciones de ocho artistas conocidos, con Ruben Rada como eje central.

    La táctica de este periodista de El País fue aislar el discurso de oposición al aumento de plazos en un solo colectivo, sin mencionar a otros que comparten esta lucha. Y como segundo paso, tomar de mi testimonio solamente lo que le servía para exponerme, en solitario, frente a esos ocho renombrados. Para completar, postula que estos son los «dos bandos» de este debate. Dejando afuera a docentes, estudiantes, bibliotecarias, científicas y artistas.

    Cuando yo denuncio esta operación como una manera de desinformar, Tapia llega a responderme que es mi culpa, que me trancaba y perdía el hilo al hablar, que yo me confundía, que no sabía. Sobre todo, que no entiendo nada porque no soy un músico famoso.

    Mansplaining sin filtro.

    Y ahora Carlos pide números. Pide que pongamos frente a estos ocho famosos, otros tantos que estén con la cultura libre. Lo que Carlos no entiende es que esto no es como el fútbol, al canto de «siempre fuimos más».

    Un poco sí podría decirse que fuimos y somos más. Somos quienes escribimos 50 millones de artículos en Wikipedia en 300 idiomas. Somos quienes compartimos 1400 millones de obras con licencias Creative Commons en internet. En Uruguay, somos quienes compartimos casi 500 discos libres y cientos de libros, así como miles de tesis y artículos académicos.

    Pero no somos «los famosos». Simplemente somos quienes creemos en la potencia colectiva de la cultura abierta, comunitaria, colaborativa. Compuesta de géneros y prácticas artísticas que desarrolla especialmente la gente joven, esa que va a cambiar el mundo, que lo está cambiando.

    Somos quienes accedemos, disfrutamos, compartimos. Esa masa anónima que los medios masivos y las corporaciones tecnológicas llaman «usuarios» y que nos gusta más llamar comunidad, donde los roles de producción y consumo se intercambian todo el tiempo. Aunque desde la perspectiva de Carlos y sus ocho, no se vea ese intercambio como un aspecto clave de la participación en la vida cultural.

    Somos potencia colectiva, no famosos. Espero que este año se sumen más militantes para dar la batalla por los derechos culturales de todes. Y no hace falta que hayas ganado un Graffiti para ser parte de este movimiento.