Dame un nombre, un número. Decime cuántos artistas famosos usan licencias Creative Commons. Así terminaba más o menos el debate que tuvimos en redes con Carlos Tapia, periodista de El País de Uruguay, a raíz de la nota «Quién se come las manzanas de Rada».

Acá el debate se corta, porque hay cosas que Carlos no entiende. O quizás no pueden entenderse desde el paradigma desde el cual se ubica para concebir la cultura. Él entiende la cultura desde la mirada de la industria cultural: las canciones son como las manzanas, se consumen individualmente y no se pueden compartir.

Nosotres, desde hace mucho tiempo, la entendemos como la fuerza de una potencia colectiva, algo que la industria cultural falla en captar.

Antes que nada, lo más importante de todo esto es que Sudei, Agadu y la Cámara del Disco quieren aumentar otra vez el plazo que tardan las obras en llegar a dominio público. Esto pone en peligro de privatización el patrimonio cultural y levanta nuevas barreras para su acceso. Pueden leer por qué nos oponemos en esta entrada.

Ahora sí, les cuento. Hace unos días Tapia me entrevistó para el suplemento Qué pasa del diario El País. Su intención era tener la opinión de «la otra campana» en el debate sobre la propiedad intelectual en Uruguay (se supone que hay una principal y legítima; la nuestra es la «otra»). Primero se puso en contacto con Creative Commons Uruguay y colectivamente resolvimos que yo respondiera sus preguntas. De mis respuestas salió poco y nada en la nota. En la narrativa de Tapia mi discurso fue cuidadosamente seleccionado para dar lugar a las refutaciones de ocho artistas conocidos, con Ruben Rada como eje central.

La táctica de este periodista de El País fue aislar el discurso de oposición al aumento de plazos en un solo colectivo, sin mencionar a otros que comparten esta lucha. Y como segundo paso, tomar de mi testimonio solamente lo que le servía para exponerme, en solitario, frente a esos ocho renombrados. Para completar, postula que estos son los «dos bandos» de este debate. Dejando afuera a docentes, estudiantes, bibliotecarias, científicas y artistas.

Cuando yo denuncio esta operación como una manera de desinformar, Tapia llega a responderme que es mi culpa, que me trancaba y perdía el hilo al hablar, que yo me confundía, que no sabía. Sobre todo, que no entiendo nada porque no soy un músico famoso.

Mansplaining sin filtro.

Y ahora Carlos pide números. Pide que pongamos frente a estos ocho famosos, otros tantos que estén con la cultura libre. Lo que Carlos no entiende es que esto no es como el fútbol, al canto de «siempre fuimos más».

Un poco sí podría decirse que fuimos y somos más. Somos quienes escribimos 50 millones de artículos en Wikipedia en 300 idiomas. Somos quienes compartimos 1400 millones de obras con licencias Creative Commons en internet. En Uruguay, somos quienes compartimos casi 500 discos libres y cientos de libros, así como miles de tesis y artículos académicos.

Pero no somos «los famosos». Simplemente somos quienes creemos en la potencia colectiva de la cultura abierta, comunitaria, colaborativa. Compuesta de géneros y prácticas artísticas que desarrolla especialmente la gente joven, esa que va a cambiar el mundo, que lo está cambiando.

Somos quienes accedemos, disfrutamos, compartimos. Esa masa anónima que los medios masivos y las corporaciones tecnológicas llaman «usuarios» y que nos gusta más llamar comunidad, donde los roles de producción y consumo se intercambian todo el tiempo. Aunque desde la perspectiva de Carlos y sus ocho, no se vea ese intercambio como un aspecto clave de la participación en la vida cultural.

Somos potencia colectiva, no famosos. Espero que este año se sumen más militantes para dar la batalla por los derechos culturales de todes. Y no hace falta que hayas ganado un Graffiti para ser parte de este movimiento.