Es absolutamente cierto, sin que quepa la mejor duda, que las cifras de feminicidios que se suceden año a año tienen que ver con el incumplimiento de protocolos frente a denuncias de violencia de género, omisiones de la policía y de operadores jurídicos y escasez o lejanía de servicios de atención a las mujeres que podrían evitar sus muertes. Sin dudas es urgente fortalecer y articular todo el andamiaje de protección, justicia y contención social necesario para enfrentar la pandemia de violencia machista y poder decir que no habrá ni una menos.
También es totalmente cierto que la prohibición del aborto en los países en que sigue siendo un acto clandestino, constituye un feminicidio de Estado. Es necesaria la legalización del aborto para prevenir efectivamente una de las principales causas evitables de muerte materna.
Pero en este post me gustaría referirme a ciertos cambios culturales que pueden significar una poderosa fuente de protección frente a la violencia hacia las mujeres.
Cada vez me convenzo más de que hace falta un cambio profundo en las relaciones de pareja y de que cuanto más nos alejamos de la monogamia heterosexual obligatoria y del paradigma del amor romántico, más protegidas estaremos las mujeres.
En la cultura occidental contemporánea, tras la revolución sexual comenzó a sustituirse la monogamia estricta que promulgaba una pareja para toda la vida, por la llamada monogamia seriada. En general, hombres y mujeres nos embarcamos en una serie sucesiva de relaciones amorosas exclusivas, ya sean homosexuales o heterosexuales, pero que duran un tiempo, tras el cual se pueden disolver por decisión de uno o los dos miembros de la pareja, sin que esto signifique algo anormal, trágico, ni mucho menos. Después de una ruptura pasamos por un tiempo de soltería y a continuación aspiramos nuevamente a encontrar otra pareja bajo condiciones similares.
Esta fue una evolución muy positiva del modelo de vínculo afectivo-sexual, y aunque todavía mucha gente se queja de que hay demasiados divorcios, es de celebrar que hoy en día las relaciones de pareja puedan simplemente terminar cuando ya no satisfacen a las dos personas. Y más aún, es necesario que puedan finalizar cuando esas relacionas son dañinas para alguna de esas personas. Sin embargo, cada año son muchas, demasiadas, las mujeres que no pueden cortar con vínculos dañinos o seguir sus vidas después de un vínculo que ya no querían, por resultar muertas en manos de sus parejas o ex-parejas. Algunas de estas mujeres ni siquiera estaban en tales vínculos, sino que fueron llevadas a la muerte por desconocidos que no aceptaron un «no» como respuesta.
Aunque este desenlace haya sucedido por errores en todos los dispositivos sociales y estatales que debían estar disponibles para evitarlo, hay algo anterior, que promueve modelos de relación posesivos, asfixiantes y al final de todo, mortales. Y este tipo de relaciones comienzan como vínculos afectivos aparentemente «normales», como los de cualquier relación monógama. Porque, ¿quién entraría en una relación que desde el principio se manifiesta con violencias y maltratos?
Existe una diversidad de formas alternativas a la monogamia convencional que se vienen proponiendo, teorizando y practicando desde hace años: amor libre, parejas o matrimonios abiertos, poliamor, etc. Todas tienen en común una relación no exclusiva y no posesiva entre las personas que participan de esta variedad de arreglos amorosos no reducidos a una dupla.
Pero por siglos, disfrutar de los beneficios de no tener una única pareja fue un privilegio masculino. La cultura patriarcal autoriza e incluso alienta a los varones a tener relaciones sexuales fuera de la pareja. La flexibilidad en las parejas parece siempre una solicitud o una demanda de varones «necesitados» de una mayor frecuencia de relaciones sexuales, de prácticas sexuales que no estarían bien vistas dentro del matrimonio, del acceso a una variedad de cuerpos para no aburrirse, de la compañía no sujeta a ciertas exigencias, etc.
Todo esto siempre ha sido prohibido, castigado o como mínimo muy mal visto en las mujeres. Incluso se considera que a las mujeres les «conviene más» y que se sienten más inclinadas a buscar y mantener la «seguridad» de una pareja monogámica, heterosexual y si es posible, para toda la vida. Y si no es posible, algo habrá hecho mal la susodicha para que él se vaya con otra.
Relaciones abiertas, amistades con derechos, poliamores, son categorías desafiantes de esta concepción de la monogamia, ya sea estricta o en serie. Se las suele considerar relaciones «inseguras», en el sentido de que no hay un pacto de exclusividad ni «para toda la vida». Sin embargo, hay valores de fidelidad, compromiso y honestidad que diferencian a este tipo de relaciones de los amores más casuales.
Uno de los valores más interesantes que encuentro al leer sobre el poliamor, es el de la negociación. Como este tipo de relaciones no vienen claramente definidas por defecto, dado que hay muchas variantes posibles, no queda otra que una negocación permanente entre los participantes para llegar a una mutua satisfacción. En las relaciones monogámicas damos muchas cosas por sentadas porque nos vienen dadas de antemano por modelos sociales, sin que las hayamos negociado ni elegido, y a veces no las queremos ni siquiera poner en cuestión. Nos quedamos entonces sin soluciones alternativas ante hechos tan comunes como enamorarse de otra persona. Incluso sucesos más «aceptables» como un cambio laboral, la aparición de obligaciones familiares, oportunidades de estudiar, viajar, etc., suelen afectar a un esquema de pareja en el que parecería que no hay mucho margen para negociar y por lo tanto, cambiar y adaptar. Y muy a menudo si las relaciones no cambian, mueren. Y a veces si no mueren, matan.
Creo que si todas y todos viviéramos relaciones más negociadas y abiertas a la irrupción de cambios (incluida la llegada de nuevos afectos a la relación), estaríamos construyendo un mundo menos favorable a la violencia hacia las mujeres. Porque una mujer que no tiene que optar entre estar sola o mal acompañada, que tiene a su alrededor múltiples afectos y que puede compartir su sexualidad con quien quiera, con tanta frecuencia como quiera, es una mujer con menos chances de sufrir violenta y si fuera el caso, tendría más chances de sobrevivir a ella.
Así como pasamos de la monogamia estricta y obligatoria a la actual aceptación de la monogamia en serie, en la que es posible dejar a tu pareja cuando ya no quieras seguir, puede ser muy positivo avanzar hacia la aceptación social de las relaciones poliamorosas (sin que esto signifique la obligación de tenerlas, por supuesto). En una sociedad con más modelos de pareja posibles sería inevitable que se cuestionen y deconstruyan los fundamentos machistas del modelo de pareja hegemónico. El sexo y la pareja monogáma serían una opción más para disfrutar de la vida, y cada vez menos, una trampa mortal.
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