En los últimos tiempos se han lanzado diversas campañas contra el acoso callejero y en favor de un trato respetuoso e igualitario hacia las mujeres en las calles. Sin embargo, preocupa ver la resistencia que generan estas campañas en la opinión pública, sobre todo entre muchos varones. Una se cansa de encontrarse con varones perplejos y ofendidos. Cuesta creer que estemos hablando del acoso callejero y que del otro lado te hablen de «piropos».
Hay una estructura de loop en las conversaciones que se dan con estos varones.
Creo que descubrí cual es su Manual de Instrucciones:
1) Comenzar aclarando que usted no es un «piropeador». Debe figurar en actas que, si bien usted encuentra bellas a las mujeres (esto es muy importante dejarlo bien explícito) no lo anda gritando por la calle (cosa más propia de los trabajadores de la contru y otros miembros de la más pura clase obrera).
2) No obstante, usted se encuentra en la obligación de defender la «galantería». Hay que denunciar que estas campañas son contra la tradicional galantería. Contra la galantería, contra la poesía, e incluso contra la libertad de expresión. La libertad de que, si usted ve algo que le gusta por la calle, lo pueda expresar. Si alguien le repite que las mujeres se sienten igual de incómodas respecto de la galantería, ignórelo/a e insista en que las campañas «contra los piropos» son discrimatorias hacia los varones como grupo.
3) Desacredite a cualquier mujer que diga sentirse ofendida por los «piropos». Miente, le gustan desde siempre y se siente ignorada, vieja y fea sin piropos. Es muy importante que insista en la palabra «piropos»: defienda a muerte al piropo, sin negar el acoso callejero, pero diciendo que hay «grados».
4) ¡Bien! Ahora que su interlocutora está bastante indignada y le dice enfáticamente que le dan lo mismo las «gradaciones» de los «piropos», muéstrese de acuerdo con ella en que el acoso callejero «está muy mal» (usted es civilizado, no es ningún machista, y recuerde, usted no piropea, habla como un observador objetivo). Finalice acusando de radical, cerrada y obtusa a su interlocutora, mostrando que ella ve el tema «como si fuera blanco o negro». Usted es un somelier de los matices. Un tolerante. El problema de las feministas es que son como los machistas, igual de intolerantes pero en sentido inverso.
Conversaciones con esta estructura he tenido varias. El juego consiste en tener dos cartas, una que dice «piropo» y otra que dice «acoso callejero». Hay que intercambiar las cartas en el momento oportuno, sacando una de ellas a relucir y guardando la otra bajo la manga, hasta que sea necesario cambiarla.
Como dice Malena Pichot, las mujeres no tenemos siquiera la ilusión de que se termine el acoso callejero. Tenemos una ilusión mucho más mínima, y es que se nos crea. Que se entienda por qué molesta, por qué el acoso callejero cotidiano afecta nuestra ciudadanía, al degradar nuestro vínculo con el espacio público. Queremos que la ropa que usamos, la hora y los lugares por los que pasamos, no determinen cómo seremos vistas y cómo seremos tratadas.
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