Foto de Héctor Galmés robada del muro de Ale Gortázar.

Foto de Hector Galmés robada del muro de Ale Gortázar.

Hace unos días leí en la diaria la nota de Alejandro Gortázar sobre el escritor uruguayo Hector Galmés. Entre otros aspectos de la vida de este escritor, Alejandro comentaba que:

«La docencia fue otro espacio en el que Galmés pudo influir, además de permitir que se dedicara a la literatura, como ocurre hoy con muchos escritores».

A partir de este comentario, me quedé pensando en los vínculos entre la escritura y la docencia y sobre el rol de la docencia en la vida de las y los escritores.

Antes que nada, pensé en el prejuicio generalizado que dice que lo más deseable es que las escritoras y escritores se dediquen full time a la escritura. Pero -siempre según este prejuicio- dado que esto es posible en muy pocos casos -considerados de éxito- la docencia es la profesión principal que paga las cuentas de quienes pretenden dedicarse a la literatura. Como la docencia es una de las profesiones más ambivalentes en cuanto a valoración social, no queda claro si se trata de un lugar de prestigio y placer -como sería la escritura- o más bien de un sacrificio un poco desmoralizante para quien fracasa en seguir el patrón de éxito socialmente aceptado (o idealizado) de la escritura (en el capitalismo): vivir de la venta de sus libros.

Pero la forma en que Alejandro expresó esta relación entre docencia y escritura no reproduce ese prejuicio. Alejandro dijo que Galmés «pudo influir» desde la docencia, y eso me disparó algunas reflexiones. Seguramente este post también estuvo motivado por haberme convertido en las últimas semanas en seguidora –vía YouTube– de las clases, conferencias y entrevistas de Martín Kohan, escritor argentino y muy feliz docente de literatura. De hecho, lo confieso, todavía no leí sus libros (aunque los tengo a mano para empezar en breve). O sea que soy fan exclusivamente de su aspecto docente. De hecho, me encontré con sus clases a través de la Universidad Libre de Rosario (buceando en lo que algunos llaman el género videito).

Bueno, qué es lo que estuve pensando entonces sobre docencia y escritura.

Se me ocurrió la siguiente idea: lejos de que la carrera docente compense la imposibilidad de una carrera puramente literaria, ambas carreras tendrían que ser más convergentes. Quien escribe y es docente, debería tener el estímulo para escribir en el marco mismo de su cargo docente. Utilizando mecanismos como becas, proyectos de investigación (creativa) o años sabáticos, las instituciones educativas podrían ser un espacio no sólo para quienes escriben, sino también para lo que escriben. Además, las licenciaturas y profesorados de literatura podrían contar con más espacios académicos reconocidos formalmente para la escritura creativa. Por ejemplo, estimulando proyectos literarios en las monografías, trabajos finales y tesis.

Esto no tiene que ver con una forma institucionalizada de aceptar que la gente que escribe no tiene otra que ser docente. Por el contrario, me parece una forma de enriquecer la docencia y las clases de literatura, así como de expandir el rol del escritor. Dejar de considerar a quien escribe como aquella persona que está sola todo el día frente a una computadora soltando chorreras de palabras o traumándose con la «falta de inspiración», más todos los clichés que vienen a la mente cuando se piensa en la profesión literaria (clichés que Kohan combate uno por uno de forma permanente), para pasar a considerarla como un actor socializador de la literatura.

En definitiva, se me ocurre que quienes pretenden vivir de escribir deberían dar clases en instituciones públicas como parte de su carrera literaria, y que quienes son docentes con vocación de escribir, deberían poder hacerlo cubiertos por su lugar de trabajo en la institución educativa (básica, secundaria o universitaria). Esto ayudaría a que el concepto de salario digno en literatura no esté asociado a los siempre magros derechos de autor, desactivando, de paso, la idea de una carrera literaria exitosa construida en base al extremismo individualista de la «marca personal». Lo cual, al final de cuentas, permitiría pensar genuinamente la escritura como una actividad de compartir conocimiento y contagiar literatura desde la doble profesión de escribir y enseñar.

Para finalizar, me gustaría pedirles que, si quieren dejar un comentario en este post, recomienden escritoras y escritores que fueron a la vez grandes docentes (y viceversa).