Snowden contra el tecno-cinismo

Snowden contra el tecno-cinismo: «Argumentar que no te importa el derecho a la privacidad porque no tenés nada que ocultar,  no es diferente de decir que no te importa la libertad de expresión porque  no tenés nada que decir».

Cuando hablamos de actitudes políticas frente a las nuevas tecnologías, se suele ubicar a la gente entre dos polos: el tecno-optimismo (los «integrados») y el tecno-pesimismo («los apocalípticos»).

Un ejemplo de estos últimos lo encontramos en el apocalíptico Umberto Eco. Al leer sus entrevistas recientes, una se pregunta cómo alguien tan brillante, con herramientas críticas tan desarrolladas, puede caer en análisis tan determinados por su miedo. Miedo a que las nuevas voces que aparecen en la red extingan la voz (autoritaria) de una élite intelectual «autorizada» a saber y hablar.

Ejemplos de tecno-optimismo se ven todos los días entre los gurús tecnológicos de moda, en incontables charlas TED, en la retórica startupera made in Silicon Valley derramada por todos lados, pregonando inteligencia en todo, desde los teléfonos y los relojes, a ciudades enteras. Por supuesto, cualquier cambio social lo explica la tecnología, y es así que la revolución la haremos en Twitter, o no la haremos.

Me caen mejor los tecno-agnósticos, como se autodenomina Evgeny Morozov, capaces de ejercer una crítica seria y sensata frente a los tecno-optimistas. Pero no una crítica conservadora y por lo tanto inmovilizante, como la del apocalíptico. Por el contrario, este tipo de crítica sirve como base a la tarea de los tecno-activistas, como los describe Cory Doctorow: gente que lucha para que la tecnología sirva al bien común.

Cory Doctorow. Foto: eldiario.es bajo licencia CC-BY-SA

Cory Doctorow. Foto: eldiario.es bajo licencia CC-BY-SA

Creo que el término tecno-optimista o tecno-utópico lo usa gente determinista. Yo no lo soy. No me interesa pensar en qué es buena la tecnología, sino en cómo podemos intervenir nosotros para mejorar su uso: si eres pesimista y piensas que la tecnología nos restará libertad, deberíamos levantarnos cada mañana y hacer algo para prevenirlo… Y si eres optimista y piensas que la tecnología va a hacer el mundo mejor, levántate también y haz que sea así. El determinismo es vago. Suicídate si piensas que no podemos cambiar cómo usamos la tecnología actualmente. Yo soy un tecno-activista, sea pesimista o optimista. Cory Doctorow, en entrevista con eldiario.es.

Pero el tecno-activista se las ha de ver con una nueva corriente de opinión: la del tecno-cínico, alguien muy distinto al tecno-pesimista, y mucho más complejo.

El tecno-cínico no va a negar el enorme peso de los monopolios corporativos sobre la tecnología y el conocimiento, ni se va a animar a decir que la demostrada vigilancia global de las comunicaciones es un mito, ni va a hacerse el desentendido cuando se le explica cómo los algoritmos se meten en lo más profundo de nuestras vidas individuales y colectivas sin que lleguemos a percibirlo. Simplemente va a decir que lo que le importa es la mejor tecnología al mejor precio, que la privacidad ya no le interesa a nadie, y que los algoritmos hace tiempo vienen moldéandolo todo y recién ahora nos avivamos… ¡qué giles! El tecno-cínico sabe lo que todos sabemos y mucho más, y por eso nos puede decir, con conocimiento de causa, que todo está perdido y que entonces nos relajemos y disfrutemos, porque no nos queda nada más para hacer.

Cuando cuestionamos un acuerdo anunciado por ANEP (el organismo que rige la educación pública en Uruguay) entre Google (uno de los mayores monopolios tecnológicos del mundo) y el Plan Ceibal para dar «gratis» herramientas de Google a docentes y alumnos de todo el sistema, el cínico tecnológico nos va a tratar, una vez más, de giles. Así es: cuando el tecno-cínico te habla, se está burlando de tu inteligencia y va a tratar de ubicarte en una o más de las siguientes categorías (que tomo y reformulo a partir de este post de Jorge): tecno-ingenuo, tecno-hipócrita y tecno-extremista.

Será etiquetado como tecno-ingenuo quien no se da cuenta de que un país como el nuestro -el pequeño Uruguay- es incapaz de desarrollar servicios tecnológicos «a la altura» de las excelentes herramientas de Google1. Es más, ni siquiera tenemos por acá la capacidad de explorar y elegir entre esas y otras herramientas, tanto nativas como foráneas. También somos tecno-ingenuos por pretender que se puede hacer algo por fuera de «la nube» (ay, cómo le encanta al tecno-cínico decir «la nube» en vez de la web o Internet, palabras tan pasadas de moda). Pero si le decimos al tecno-cínico que preferiríamos tecnologías P2P y software libre, nos pasará a la segunda categoría o segundo círculo de este tecno-infierno del Dante: la de los tecno-hipócritas.

Porque claro, usamos Gmail y Google Drive. Amamos sus interfaces luminosas y la fluidez con que responden (cuando tenemos buena conexión). Nos acostumbramos a no recibir spam (y perdernos algunos mensajes importantes también) y a que no se nos «llene la casilla» (hasta que se llena, y entonces, previo pago, podemos agrandarla). Nos encanta que Google prediga rápidamente a quién le queremos escribir un correo o compartir un documento (¿cómo hará para «adivinar»?). Nos fascina tanto, que nos olvidamos que para ofrecernos publicidad «contextualizada» Google lee literalmente nuestra correspondencia privada. Al tecno-cínico, que promulga a los cuatro vientos que no le importa la privacidad, le resulta muy fácil decir que somos hipócritas por usar todas estas fantásticas herramientas, mientras nos quejamos de ellas.

Pero yo le digo al ciber-cínico que aunque ya le entregué mi sociabilidad a Facebook, nadie me obliga a hacer lo mismo en Google+ (plataforma de red social estupenda, que por cierto no usa nadie), que un asistente personal tan eficaz como Google Now me pone demasiado nerviosa como para instalarlo en mi celular a pesar de las constantes intimaciones a que lo haga, y que ya me cansé de que me personalicen las búsquedas según unos patrones que la gran G considera pertinentes y que yo desconozco (y por eso uso otro buscador). Ah, bue… ¡me estoy convirtiendo en una tecno-extremista!

Porque de hecho, hace cuatro años que me pasé enteramente a Linux Mint (que como no es Debian, el tecno-cínico me manda de nuevo al círculo de los tecno-hipócritas). Porque cuando participo en un colectivo, trato de convencer a mis compañeros de que usemos las tecnologías más soberanas que tengamos a nuestro alcance. Porque a mis clientes les recomiendo herramientas libres que andan bien, como Moodle y WordPress, que en gran parte son las que me permiten trabajar y tener de qué comer. Porque sigo explorando otras herramientas que respeten mis derechos hasta que logre apropiármelas y aprender a usarlas. Sí, soy una tecno-extremista, casi una ludita que pretende mantener a mi país y a sus niños en el oscurantismo y el atraso.

Ha habido muchas personas participando en este debate de buena fe, opinando favorablemente al acuerdo Google-Ceibal con argumentos, sin caer en actitudes cínicas. Pero el tecno-cínico no dudará en juzgar cualquier voz crítica como tecno-ingenua, tecno-hipócrita o tecno-extremista, según le convenga, para quedar bien frente al auditorio. De esta manera, no logra otra cosa que hacer propaganda a favor de la postura más cómoda y más dañina: la indiferencia. Me denunciará a mí, y a los más de 200 profesionales de la educación y la tecnología que firmamos esta declaración, de querer desacreditar al Plan Ceibal y frenar sus avances, o simplemente nos acusará de picapiedras.

Le responderemos que, si estamos tan enojadas y enojados, es porque el Plan Ceibal nos sigue pareciendo una política pública que queremos y debemos defender. Porque fue una idea brillante que se hizo realidad y casi nos volvemos todos tecno-optimistas devotos ni bien escuchamos hablar de que cada gurí tenía que tener su propia compu para ir a la escuela. Y porque no somos ni tecno-pesimistas ni tecno-cínicos. Somos tecno-activistas con la cuota justa de tecno-agnosticismo, y creemos que el futuro está abierto y en disputa.



  1. Pero fíjense en la tecnoingenuidad del tecno-cínico al creer que es «gratis» para el país usar Google For Education en el Plan Ceibal. En los últimos años, Uruguay ha hecho una inversión sin precedente en telecomunicaciones, entre el cable submarino Maldonado – Las Toninas y la extensión de la fibra óptica por el territorio. Es esta infraestructura la que permite que nos conectemos con comodidad a la poderosa «nube» de Google y la que brinda una mejor conectividad a las computadoras del Plan Ceibal para hacerlo (recordemos que las primeras ceibalitas estaban pensadas para ser usadas incluso con escasa conectividad, al tener las aplicaciones educativas instaladas y la posibilidad de trabajar colaborativamente en el aula mediante una red mesh). Es decir que, en resumidas cuentas, pasar a la gran nube de Google, fue algo que sí requirió inversión pública. aunque previa.