todos es un remix

Hablando con amigos artistas que me preguntan sobre la posible reforma de la legislación de derechos de autor en Uruguay, muchas veces me encuentro tratando de explicar por qué esos 20 años más o menos no tienen un impacto directo en la vida de los artistas. Endiéndase bien: en vida. Ya que la extensión propuesta en Uruguay estiraría de 50 a 70 años después de la muerte del autor la protección del monopolio de los derechos de autor.

La discusión sobre prolongar o no el plazo tiene muchas aristas. Pero hoy me gustaría hablar especialmente de la idea de que más años son más derechos y más reconocimiento del autor como tal y de su función social. A través de discusiones y comentarios en las redes, me voy encontrando con que muchos artistas sienten que los derechos de autor son un reconocimiento de que su trabajo es «artístico», de que tener más y más años de «derechos» los hace más artistas ante la mirada social. Aunque sigan vigentes las precarias condiciones de trabajo de los artistas, pareciera que este absurdo estiramiento refuerza ese lugar simbólico desde el cual decir: «soy artista».

Para empezar, los derechos de autor comprenden casi cualquier expresión humana fijada en algún soporte físico o digital, que pasa a estar protegida desde el minuto cero de su plasmación. Esto no dice nada del contenido artístico o creativo ni del mérito de la obra protegida. Y otra cosa importante: el derecho de autor no protege a los autores, sino a sus obras. Impone una restricción artificial que le da al titular de los derechos un monopolio temporal sobre la obra hecha pública. O sea, por un plazo de tiempo generoso (que se prolonga después de la muerte) únicamente el autor, o aquellos a quienes él autorice o a quienes ceda sus derechos, pueden realizar ciertas acciones con la obra: reproducirla, distribuirla, vender copias, exhibirla, traducirla, interpetarla, etc.

Revisen las leyendas junto a «todos los derechos reservados». Eso es lo que se quiere prolongar hoy por 20 años más en Uruguay. No se quiere prolongar un «derecho humano».

Obviamente que ser reconocido como autor de la obra, beneficiarse con el trabajo artístico y tener una vida digna, son aspectos de derechos humanos. El Pacto de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales lo dice explícitamente. Pero a ese mismo pacto se le agrega posteriormente una observación indicando que el derecho a «un nivel de vida adecuado» «no debe por fuerza abarcar toda la vida de un creador».

¿Por qué? Porque acá no están en juego solamente los derechos de los artistas o de los editores. Oh sorpresa, hay un tercero en discordia: el usuario de cultura. O sea, cada uno de nosotros, incluyendo a los artistas, ya que por supuesto estamos de los dos lados del mostrador. La sociedad toda tiene derecho a beneficiarse de la circulación y el intercambio de cultura. Actividades tan centrales como la educación, la preservación y divulgación de la memoria, el derecho a comentar, parodiar o criticar como parte de la libertad de expresión, son asuntos tan sagrados como el derecho moral de un autor a ser reconocido por su creación.

Así que, si querés sentirte artista, lo mejor es seguir creando, aprendiendo, inventando, remixando y compartiendo. Podés usar una licencia Creative Commons para sentirte a la vez protegido en ciertos derechos, sin tener que restrigir el acceso a tus obras. Pero eso tampoco te va a hacer más artista. A menos que te esfuerces en llegar con tu trabajo y talento a una comunidad que te escuche y apoye, a menos que estés dispuesto a seguir en esa búsqueda dura e intensa que se llama arte, difícilmente un registro o una ley te permitan hacerte llamar artista.

Y si, siendo artista o no, querés proteger tu derecho al acceso y disfrute de la cultura, no dudes en informarte y adherir a la iniciativa #noal218 para evitar que la cultura se privatice aún más en el Uruguay.