El lunes 22 de octubre tuvo lugar la videconferencia de cierre del curso online «Arte y cultura en circulación» que organizamos conjuntamente Ártica, Creative Commons Argentina, Fundación Vía Libre y Librebus. Fue un enorme gusto compartir ese espacio con las docentes: Beatriz Busaniche, Evelin Heidel (Scann) y Lila Pagola. Con Lila y Bea tuvimos oportunidad de conversar a través de un Hangout, que fue la herramienta que usamos durante la videoconferencia, retransmitida a través de YouTube, cuya grabación dejo aquí disponible.

En la videoconferencia cada una comentó conclusiones y aspectos destacados del curso. Desde mi perspectiva, comenté algunas cosas que había intentado mostrar en el módulo sobre modelos basados en licencias libres.  Mi idea en ese módulo no fue mostrar «cómo podemos vivir los artistas sin copyright», es decir, no traté de presentar cuál es la «solución», el «parche» que las licencias libres ofrecen en un mundo donde el copyright pierde validez. Porque las licencias libres por sí mismas no están diseñadas para dar esa respuesta y no van a respondernos de qué vamos a vivir los artistas. Y porque la gran mayoría de los artistas en definitiva no están viviendo del copyright. Creo que eso se entendió bastante y no surgieron grandes preguntas, al menos en los posteos y en los comentarios de los participantes.

No obstante, los derechos de autor tienen muchos aspectos, no solamente lo que tiene que ver con la explotación de una obra. También incluye la forma en que se reproduce, si se puede compartir o no y en qué términos. Todos aspectos que, en primer término, corresponde definir al autor, y que las licencias Creative Commons permiten desagregar y flexibilizar.

Entonces, lo que hacen estas licencias, al dar esta flexibilidad, es permitir a los autores aprovechar las condiciones de producción y circulación que están dadas hoy por Internet. El uso de estas licencias va acompañado, entiendo yo, de la comprensión de las oportunidades que hay en Internet para los artistas y cómo aprovecharlas.

Lo que me encuentro muchas veces, conversando con artistas y creadores, es que no se perciben claramente estas oportunidades, ni se entienden los desafíos y las nuevas tareas que hay que asumir para aprovecharlas, y más aún, hay temores sobre «qué va a ser de mi obra» si es liberada en la impredescible red de circulación que es Internet.

Pero muchas veces lo que encuentro entre los artistas es, no tanto el miedo a perder unos ingresos en concepto de derechos de reproducción, sino el miedo a perder el control sobre lo que han creado. Control que de todas maneras se pierde cuando se publica una obra bajo copyright, pues se deja en manos de los editores y de las entidades gestoras de derechos.

¿Qué controles temen perder a veces los artistas? El control sobre quién, para qué y en qué contexto se utiliza una obra.

Sobre esto quiero decir dos cosas: primero que nada, si como artistas queremos trascender, esa trascendencia implicará siempre un desprendimiento, una pérdida de control, y una autonomía de la obra con respecto a su creador. Cuando un autor se hace tan célebre como Borges, por ejemplo, sus obras son utilizadas de infinitas maneras: se hacen ensayos críticos en los que la obra se defiende o se critica de las formas más apasionadas, se crean dibujos y pinturas a partir de alguna inspiración que la obra genera, se recitan poemas en actos escolares, se venden marcadores de libros en los buses, aparecen frases apócrifas en facebook, se utilizan citas para ilustrar cosas que tal vez nunca estuvo en la intención del autor decir. Y eso que la obra de Borges es férreamente «controlada» por Kodama.

Pero si de algún modo la actividad artística implica trascender, es decir, no guardar en un cajón las realizaciones creativas, perder ese control es parte de trascender.

La segunda cosa que quiero decir tiene que ver, no con el control, sino con nuestra responsabilidad como artistas. Porque si queremos ya no controlar, sino promover usos de nuestra obra, desde la mera lectura hasta la creación de obras derivadas (y esto interesa a artistas que basan su éxito en el remix) no nos queda otra que hacernos cargo de eso. En una charla a la que asistí hace poco, una fotógrafa que era parte del público, comentaba que le había pasado más de una vez que sus fotos -las cuales formaban parte de un proyecto que les daba contexto- habían sido utilizadas sin su permiso por portales de noticias en Internet. Y no le importaba tanto que los hubieran usado gratis, como el hecho de que el sentido de su trabajo se podía ver de algún modo tergiversado, o que no fuera el que ella realmente consideraba el adecuado. ¿Pero tenemos derecho a ejercer ese control? Creo que sería mejor dejar de lado el control y asumir la responsabilidad de trabajar como los mejores embajadores de nuestro trabajo. Tenemos que documentar lo que hicimos y poner esos documentos en la red, ser un poco militantes de nuestro trabajo y no meros controladores.

Las licencias Creative Commons nos dan la posibilidad de retomar el control que antes se le daba totalmente a los editores y entregar parte de ese control a la sociedad.  Cuando las obras son puestas en circulación por comunidades de personas en una red que las distribuye, el control que antes tenían, no los autores, sino los editores, se desmorona totalmente. Entonces no es a la digitalización y la tecnología a las que nos tenemos que adaptar los artistas, sino a estas nuevas formas sociales de circulación. No porque podríamos beneficiarnos, sino que directamente dependemos de ellas. Si la red no responde, no distribuye y no difunde, difícilmente nos vaya bien. Quien tiene acceso a difusión por los medios masivos aún puede hacerse conocido, pero cada vez más, gente que no cuenta con estos medios consigue visibilidad a través de la red. Y por otro lado, si aún con una distribución tradicional no se ven resultados en las redes, significa que algo anda mal.

Finalmente, los autores tenemos que hacernos responsables, también, de lo que está significando la guerra del copyright en el mundo de hoy, en el marco del capitalismo cognitivo. ¿Vamos a ser partícipes del cercamiento y la privatización del conocimiento y la cultura? Y no es una privatización cualquiera, es una privatización diseñada al estilo corporativo, que supera con creces la pretención de cualquier sindicato o asociación de artistas. Es un diseño que incluye controles fuertes sobre la libertad de expresión y el acceso a la cultura, la información y la educación. Así, que artistas, prestemos atención a quién le damos el control y qué responsabilidades asumismos nosotros.