Yo sabía que era algo normal, aunque la «lucha contra la piratería» trata de convencernos de lo contrario: siempre -y desde siempre- leí gratis.

Gracias al curso online «Arte y cultura en circulación» de ÁrticaLibreBus Cono Sur y Creative Commons Argentina, del que participo como docente, encuentro este video (via @ivangoneta) que me ayuda a reconocerme como una perfecta lectora pirata:

En esta entrevista, Neil Gaiman, autor de historietas y novelas gráficas, cuenta cómo la llamada «piratería» le ayuda a vender más libros y, sobre todo, a ser más reconocido y querido por sus lectores en todo el mundo. Cuenta Gaiman que en una conferencia le preguntó a los asistentes cuántos de ellos habían conocido a su autor favorito a través de un libro prestado, y cuántos lo hicieron comprando directamente un libro. Y eso confirma mis sospechas, todos hemos leído las cosas que más nos gustan a través de la recomendación fanática de otra persona. Agreguemos a eso todo lo que hemos sacado de bibliotecas públicas, lo conseguido en canjes y todas las veces que a su vez hemos prestado un libro.

En Internet, la mayoría de los usuarios no venden ni revenden libros, películas y músicas malhabidos. La mayoría de la gente comparte, es decir, presta, solamente que sin la limitación de la copia física. Creer que no es naturalmente así, es un cuento que nos quieren vender -y ese sí que no nos conviene comprarlo-.

Debería corroborarlo, pero estoy segura de que el 80% de todo lo que leído fue gratis, y lo poco que compré, lo presté varias veces. Muchos de esos libros pude canjearlos o revenderlos. ¿Por qué estas libertades no tienen su correlato en el mundo digital, al menos en el mundo digital legal y formal? Si tomo un libro digital, le quito el DRM y lo comparto (aunque lo haya comprado) estaré cometiendo una infracción. Y es absurdo que, justamente un libro que podría ser leído infinitas veces sin que se pierda ni se degrade el original, está tendiendo a convertirse en algo parecido al software privativo, algo para lo cual solamente tenemos el permiso de usarlo después de pagarlo, según unas condiciones que nos obliga a aceptar la empresa propietaria, pero nada más. ¿O si?

Es necesario que el mundo de la cultura deje de estar organizado desde una perspectiva corporativa. Desde esta perspectiva, en la que todo se hace de acuerdo a la conveniencia económica de los editores y distribuidores de «contenido» (porque para ellos la cultura es contenido, cosas empaquetables y vendibles), pasan cosas absurdas: libros digitales que no se pueden prestar, libros físicos que se retiran del mercado y se queman cuando dejan de ser negocio. Este es el mundo del copyright, del derecho a copia solamente consentido a algunos y negado sistemáticamente a la mayoría de la sociedad (muchas veces a los propios autores), aunque ya tengamos los medios para hacerlo, y lo hagamos todos los días.